domingo, 23 de noviembre de 2008

Lo que no se nombra no existe II

Con motivo del anterior hilo, una lectora ha planteado una serie de cuestiones de gran interés; he preferido responder a su comentario con una nueva entrada con la que espero darle un poco más de profundidad al tema del uso sexista del lenguaje. Por supuesto, se me va a volver a quedar corta la entrada, hay mucho que decir sobre este tema y suele generar mucha polémica.

Dice Lola Marín Moreno en su artículo "El Uso Sexista del Lenguaje" que
el lenguaje es una herramienta que puede – y debe – ser usada al gusto de sus hablantes. Con ello quiero decir que yo parto de la idea de que el lenguaje en sí mismo no es sexista, pero sí que lo es el uso que hacemos de él.
Si, en principio, hay en eso acuerdo, lo que debemos aprender es a detectar los usos sexistas del lenguaje, para corregirlos y, por supuesto, evitarlos.
Este no es un tema nuevo pero sorprendentemente sí que en ocasiones nos sentimos obligadas a justificar el porqué de su pertinencia. No es momento para explicar ahora el origen del androcentrismo del lenguaje en nuestra cultura puesto que eso supondría remontarnos a los orígenes míticos de la dominación de la mujer por parte del hombre. Lo que pretendemos es constatar cómo es en el lenguaje donde se perciben con nitidez algunas de las pautas sociales que han contribuido a la dominación histórica de la mujer por parte del hombre. Esas pautas actúan en el niño o la niña desde que tiene uso de razón, y se convierten en fundamentales cuando se aprende a leer. Pero esa constatación ha de llevarnos a una toma de conciencia que nos permita cambiar el estado de las cosas, porque ese cambio no es sólo posible, sino también necesario.
[...] Por otra parte es cierto que la condición de las mujeres va cambiando, lentamente, pero ese cambio se está produciendo. En este contexto el lenguaje como hemos visto tiene una función decisiva puesto que actúa a la vez como modelo y como reflejo, es decir, refleja la realidad social en un determinado momento a la vez que, al ser susceptible de cambio, al ser un ente vivo, va creando nuevas formas en virtud de las necesidades o deseos de sus hablantes. Una vez que se asientan estos cambios, las futuras generaciones aprenderán a través de la lengua nuevas formas de percibir la realidad a la que adecuarán sus comportamientos.
No se trata de inventar otro lenguaje diferente, ni de maquillarlo para que satisfaga a las feministas, como parece ser que se pretende con lo que se ha llamado lenguaje políticamente correcto. [...] Lo que queremos es usar la lengua para nombrar una realidad que no nos excluya.
[...] Antes de proseguir es necesario saber de qué hablamos exactamente. Es decir, para intentar corregir el sexismo del lenguaje será necesario aprender a detectarlo. Para ello resulta muy útil, en algunas ocasiones, la llamada regla de inversión. Consiste en cambiar en un enunciado el término correspondiente al varón por el de la mujer. Si el resultado modifica en lo sustancial el contenido del enunciado o cuando menos resulta chocante y extraño, entonces podremos hablar de sexismo lingüístico y no cultural. Por ejemplo, si decimos “Sólo los alumnos podrán utilizar las instalaciones deportivas del centro” a nadie le chocará. Pero un enunciado como “Sólo las alumnas podrán utilizar las instalaciones deportivas del centro” levantará más de una queja. Como veremos, nuestro idioma posee los mecanismos necesarios para evitar que esto suceda, diciendo simplemente “Sólo el alumnado podrá utilizar las instalaciones deportivas del centro”.


Tendremos un "Lo que no se nombra no existe III", por ahora no quiero cansaros ;)

3 comentarios:

Marta dijo...

Encantada Naia, de que me permitas participar.

Bueno, la cuestión, más propia de la antropología (y no menos cierta por ello) del androcentrismo imperante en casi todas las culturas (hay excepciones, pocas, pero las hay), difícilmente podría afectar a la lengua (a no ser que queramos volver a las tesis de Whorf y Sapir sobre las lenguas “como visiones del mundo” que están más que superadas). La lengua, como sistema perteneciente a una estructura profunda (según Chomsky) elige una serie de combinaciones arbitrarias y azarosas para constituirse como lengua. La cultura solamente tendría influencia en un nivel léxico, o en algunas muletillas o frases hechas (que no es más que el folclore de una lengua, comparado con la morfología y la sintaxis, por no hablar de la fonética).
Se da el caso, como hablamos, de culturas altamente machistas con distinciones de género nulas en su lengua.
La razón es clara, algunas lenguas no las necesitan, “género” se refiere a “clase”, no a dimorfismo sexual, de ahí proviene genérico, general y gen (del latín GEN – familia-, en español hay dos géneros (no dos sexos, que también) en latín tres, y en lenguas como el hopi o el kivunjo (como señala S. Pinker) encontramos hasta más de cinco o seis géneros (hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos, etc… o clasificados por parentescos). ¿Va a ser que en español, (esa pobre lengua hablada por 400 millones de hablantes) es una lengua intrínsicamente machista al obviar el femenino para referirse a una pluralidad donde estén los dos géneros mixtos? Pues a no ser que pensemos que las lenguas se construyen en un laboratorio, el supuesto androcentrismo de la lengua española es falso, simplemente coinciden género masculino y femenino con los dos sexos, masculino y femenino. Y la regla de nuestra lengua dice no que se suprima el femenino en el plural, sino, según el funcionalismo se AMALGAME con el masculino. Tal vez dentro de 200 años no sea así, y simplemente ¡Sólo haya un género! En Andalucía existe la Andalucía de la E, donde se construye el femenino con –e “les tijeres” en vez de “las tijeras”. O puede que haya 14 géneros, en 1000 años, ello no se cambiará en poco tiempo ni en mucho, será un proceso lento y los hablantes no podrán controlarlo conscientemente, (como cuando miles de homo sapiens sapiens, salieron de África… a los pocos miles de años, lo que vivían en el norte de Europa ya eran blancos… y sin darse cuenta del proceso). Los cambios, según las escuelas de lingüística, las opera la propia lengua, en una especie de darwinismo lingüístico, por mucho que se obligue a los hablantes por otros hablantes que consideren “incorrecto” tal o cual variedad, incluso la super poderosa Bibiana Aído.

Y la cuestión del Cid… en fin, proponer como ejemplo lenguaje coeducativo… Los infantes llaman a las hijas del Cid “barraganas” que no es más que sirvienta, que por su pobre y desesperada condición atada al señor se esperaba que fuese accesible a los abusos sexuales. O incluso el mismo Cid, que no duda en meter a las chicas de la familia en un convento hasta que termine de luchar, vaya a ser que se descoquen. Con esto no digo que el Cantar no sea educativo, precisamente habría que estudiarlo como obra literaria como es… y no como ejemplo de nada. Por otro lado… la redundancia (con todo el doble sentido que queramos darle) de escribir burgueses y burguesas es una técnica del autor para “visualizar” a los espectadores y lo que es más prosaico (o poético)… rellenar el metro del poema… (por no hablar de todas las cuestiones juglarescas de recordar y recordar versos y versos… repetir el femenino de ciertas palabras ayudaba).

Lola dijo...

Hola compis
Me ha encantado la contribución de Marta, porque viene a fundamentar una cuestión que hace tiempo que venimos defendiendo: nuestro amadísimo castellano no es machista, pero sí lo es el uso que hacemos de él. Y esto es así porque la sociedad cambia y a la fuerza la lengua que esa sociedad usa ha de reflejar ese cambio.

Creo que también es general el considerar que el leguaje es androcéntrico porque en el momento en que se fija (en la escritura)el universo cultural está dominado por el varón. Y el constructo cultural resultante de esa codificación que supone la escritura sí que es androcéntrico (M. Mead)
Otra cosa, si me permitís, es que no creo que nadie haya puesto como ejemplo de "lenguaje coeducativo" el del Cid. Sólo se apunta un uso, que está ahí, aunque podamos explicarlo con muchos otros factores.
Lo que está claro es que en muy poco tiempo se han producido demasiados cambios en la estructura social, tantos que se habla de "la revolución de las mujeres" (E. Said). Y la lengua no hace más que reflejar esos cambios. Y no creo que nadie pueda imponernos un uso u otro, pero sí creo que podemos y debemos, usar la lengua de manera que se visibilicen esos cambio. ¿No creéis?

Ana Hernández dijo...

;), gracias, maestra.